domingo, 13 de junio de 2010

Cantarero y Violetta en Sevilla: Oh, come son mutata!


Oh, come son mutata! -exclama la postrada Violetta, tras releer la carta de Germont, usualmente mientras se mira en un espejo, aunque en la reciente pero rancia producción de Franco Zeffirelli, revisitada en Sevilla, solo al comprobar el estado de sus brazos. ¡Oh, cómo he cambiado! Y en esta ocasión también podría estar hablando la propia Mariola. Porque la transformación experimentada por Cantarero en la noche de su debut en el temible papel verdiano, entre el primer acto y el tercero -creciendo por momentos ante nuestros asombrados ojos en autoridad dramática y poder vocal-, resultó sencillamente espectacular. No acierto a recordar, entre mis numerosas noches en la ópera, algo parecido.

Debo confesar -como lo hice luego en el camerino a la propia soprano granadina- que había llegado al Teatro de la Maestranza con bastantes prevenciones. El papel de Violetta es un Everest del repertorio italiano para soprano que pocas (Ponselle, Callas, Scotto Caballé...) han conseguido escalar manteniendo la compostura. Y, sin haberla escuchado antes en directo, me preguntaba si Cantarero tendría el instrumento necesario para sobrevivir a tamaña empresa. Se ha convertido en un cliché -no por ello menos cierto- que se precisan tres tipos de voces para cantar la traviata: una soprano ligera con agilidad para las coloraturas del primer acto, una lírica para los patéticos desahogos del tercero y una soprano dramática para las explosiones trágicas del acto central, particularmente ese desgarrado Amami Alfredo con el que sacrifica el único amor de su vida.

Esta Violetta entró nerviosa en su propia fiesta -la voz embotellada y exceso de vibrato-, y no estuvo particularmente brillante en el Brindisi, pero cantó Ah fors' è lui con sensibilidad, excelentes filados y ataques dolce en los gioirs -trayéndome recuerdos de Caballé-. Aunque en Sempre libera estuvo incómoda, despachó decentemente la coloratura, si bien el sobreagudo Mi bemol -no escrito- con el que concluyó el acto -propiciando la atronadora aprobación de un público entregado de antemano- resultó para mis oídos metálico y bastante deslucido. Con todo salí al descanso con mis recelos ya bastante calmados, esperando la gran prueba de toda Violetta: el dúo con Germont y la mencionada súplica de amor a Alfredo del segundo acto. Y aquí afortunadamente la Cantarero encontró -y cómo- su elemento.

La voz, finalmente libre y caldeada, se expandió del piano al fortísimo con prodigiosa seguridad canora y expresión dramática. Siguiendo fielmente las precisas indicaciones verdianas en su entrevista con Germont -elegíaca en Dite a la giovine, desgarrada en Morrò-, encarnó con excelente fiato y conmovedora verdad todo el abanico de emociones, del indignado desafío a la sumisión sacrificada, de la mujer que en un instante ve desmoronarse su felicidad. Y en Amami Alfredo, abrazada a su amante en las escaleras del plano medio de la caja escénica, su voz corrió con fuerza y brillo sobre el forte de la orquesta, anunciando con todas las de la ley que en la escena operística había nacido una nueva Violetta

Pero quedaba mucho más en su arsenal vocal para el tercer acto, donde ya la cantante y esta noche de ópera rozaron lo sublime. Aunque la lectura de la carta se beneficiará de futuras prácticas, su Addio del passato -con emocionados pianissimi- alcanzó una rara perfección y a mí me paró los pulsos (Al contárselo más tarde, me gané un apretado abrazo de la extática soprano todavía en camisón). Ah, gran Dio, morir si giovane, alejado del fácil exhibicionismo, fue un desesperado lamento del alma, sin que el drama sin embargo empañara la línea de canto. Y Prendi, quest' è l'immagine un hilo de voz perfectamente sostenida en el fiato. Antes, en Parigi, o cara, se entrelazó maravillosamente con la de Ismael Jordi, en una bella muestra de puro belcantismo.

Jordi lleva años cantando Alfredo. Su hermosa voz de tenor lírico ligero es especialmente adecuada para los momentos de tierna efusión romántica del personaje, en la escuela de Valletti o McCormack. Con sabio uso de la voz mixta -pecho y cabeza-, el tenor jerezano delinea un enamorado soñador, más acertado en Parigi, o cara que en Un dì felice, y memorable en De' miei bollenti spiriti, particularmente en la frase final, io vivo quasi in ciel, una mezzavoce que parece surgir de una visión interior del paraíso. Sin embargo, aunque la voz ha madurado y adquirido más cuerpo, aún resulta algo insuficiente para momentos de fuerte carga dramática como la escena de la denuncia de Violetta en la fiesta de Flora. La cabaletta de su aria fue superada con arrojo más que metal y no parece aconsejable su empeño de coronarla con un sobreagudo -de nuevo no escrito- en extraño falsetto. En cualquier caso, un atractivo y entregado Alfredo, estimulado por una buena química con la soprano también andaluza.

George Petean, un barítono rumano de voz poderosa y dúctil, con musicalidad y excelente legato, ofreció un Germont seguro en sus intervenciones en dúos y concertantes y bordó Di Provenza el mar, una de las arias para barítono más bellas del repertorio -de engañosa simplicidad y exigentes agudos-, sin deslucir en las florituras de No, non udrai rimproveri, la cabaletta que suele eliminarse, con detrimento de la escena entre padre e hijo. Con brazos caídos y escasos gestos, solamente estuvo falto de presencia dramática. No necesariamente un defecto quizás en un personaje de su clase, encorsetado por las convenciones sociales.


Pero es que todo indica que esta producción careció de cualquier tipo de dirección escénica. Cantantes y coro parecían abandonados a sus propios recursos, con resultados variables y solo a ratos convincentes. Cantarero demostró instinto dramático en el dúo con Germont y particularmente en su conmovedor tercer acto. Pero estuvo bastante perdida durante el primer acto y excesivamente agitada, con aspavientos de vestido, durante la fiesta de Flora. Jordi exageró ciertos gestos, en el estilo del peor cine mudo, pero en general presentó un creíble Alfredo. Coros y figurantes se movieron, cuando lo hicieron, sin ninguna verdad dramática y los invitados a la fiesta se despiden de Violetta en el primer acto todos agrupados en fila y mirando al público, como en versión concierto.

En la peor tradición Zeffirelli, el escenario se atiborró de figurantes, muebles, oropeles y farolillos -la escenografía de la casa de Flora, muy aplaudida por un público de dudoso gusto, era una mezcla hortera de caseta de feria y casino de Las Vegas-, oscureciendo la acción de los personajes principales, perdidos en la masa. Encima para rematar la faena, en Sevilla se hicieron los descansos entre cada acto, cuando la producción original del Teatro de la Ópera de Roma obviamente debió colocar el segundo intermedio después del primer cuadro del acto II, uniendo el final de la fiesta de Flora con el comienzo del tercer acto y permitiendo, mediante un efectista cambio de vestuario de Violetta -que tras la denuncia pública de Alfredo es sacada de la escena y reaparece para su intervención en el concertante vestida ya con el blanco camisón de su final-, contar toda la historia como en una especie de flashback, un recuerdo de la moribunda Violetta, que ya apareció durante la obertura enferma junto a su cama.

Tal como lo vimos en Sevilla, Cantarero incomprensiblemente termina la fiesta de Flora en camisón de dormir, entrando como una Lucia sin sangre por el centro de la escena, sin sentido ni propósito. Pero es que en esta desafortunada producción ambos brillaron por su ausencia. La orquesta, en las poco más que competentes manos de Andrea Licata, cumplió su papel, careciendo de energía en la fiesta y de pathos en los momentos de patetismo. La coreografía de José el Camborio, sin embargo, y su principal bailarín, José Porcel, pusieron en la vulgar velada de Flora una nota de clase.

Con todo, porque Traviata es Violetta y Cantarero le hizo justicia, una memorable noche en la ópera. De esas que se cuentan durante mucho tiempo con placer a los desafortunados que no estuvieron allí.



La Traviata
Melodrama en tres actos de Giuseppe Verdi.
Mariola Cantarero (Violetta, soprano), Ismael Jordi (Alfredo, tenor), George Petean (Giorgio Germont, barítono), Itxaro Mentxaka (Flora Bervoix, mezzosoprano), Aurora Amores (Annina, soprano), Alejandro Guerrero (Gastone, tenor), Luciano Miotto (Barón Douphol, barítono), Javier Galán (Marqués D'Obigny, barítono), Elia Todisco (doctor Grenvil, bajo), Francisco Morales (Giuseppe, tenor), Jorge de la Rosa (mensajero y criado de Flora, barítono). Dirección musical: Andrea Licata. Producción: Fundación Teatro de la Ópera de Roma. Escenografía y dirección escénica: Franco Zeffirelli. Coreografía: José el Camborio y Lucía Real. Bailarín principal: José Porcel. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza.
Teatro de la Maestranza, Sevilla, 12 de junio, 2010

Fotos:
1. Mariola Cantarero e Ismael Jordi calentando motores en la stretta del dúo del acto I (Guillermo Mendo).
2. Vulgaridad in excelsis en el cuadro 2 del acto II (Guillermo Mendo).
3. Cantarero,
quasi in ciel, recogiendo bravas tras su primera Violetta en el Teatro de la Maestranza (Bartolomé Mesa).

6 comentarios:

diego dijo...

Excelente y apasionada reseña de una noche mágica de ópera. Mi visión de conjunto difiere un poco de la tuya: Cantarero no me pareció tan incómoda y nerviosa en el primer acto, aunque la progresión fue espectacular.
Los avances de Jordi son evidentes para los que lo seguimos desde hace varios años. Su voz ya no se pierde en los grandes recintos, y día a día va ganando en el fraseo, que es uno de sus puntos fuertes, junto a su bellísimo timbre. Vuelve a equivocarse en los evitables sobreagudos, pero es el tributo que hay que pagar a un público que agradece los alardes.
Agradezco al peor Zeffirelli la escenografía que nos brindó. En unos tiempos de minimalismos y de puestas en escena conceptuales, donde todo se resuelve con cuatro trapos y algunos trastos, el “horror vacui” de la casa de Flora llega a producir emoción (aunque sea negativa) y nos recuerda que la escena en el teatro debe ser un espacio mágico. ¡Ohhhhh!
Observo con sorpresa que del texto original del primer párrafo de tu crónica se ha caído el adverbio “simplemente”. Sin embargo, el período sigue siendo una frase espagueti en la que el lector más avezado se hace un lío si no conoce el argumento de la obra. Ni Azorín, ni Proust.
Termino con un cordial abrazo, te felicito por tu crónica, … y te dejo un poco de carnaza para que puedas rebatirlo todo, que es lo que estás deseando.
DIEGO

Tolo dijo...

Te agradezco tu largo comentario.
Coincidimos básicamente en Cantarero y su extraordinaria mejoría a lo largo de la noche. Simplemente yo debo ser algo más exigente (bueno, también Verdi) e insisto en que su comienzo fue insulso, su cabaletta laboriosa y el sobreagudo final tremendamente incómodo. Y hay una regla de oro para estas notas siderales no escritas: si se va a notar el esfuerzo, mejor no añadirlas. El consejo ya se lo dio el propio compositor al primer Manrico que le pidió concluir la pira con un Do4 de pecho: "Al menos que sea un buen Do". En el canto todo debe parecer natural y hasta sencillo. Su Mi bemol resultó forzado, rozando el grito.
Estoy de acuerdo con tus opiniones de Jordi. Solo insistir en la falta de cierto volumen y "squillo" para algunas escenas, particularmente la señalada de la denuncia de Violetta.
Respecto a la escenografía de Zeffirelli, no puedo estar en más desacuerdo y creo haber argumentado mis razones. Aunque con ampliar la foto que incluyo de la fiesta, haciendo click en ella, creo que sobran las explicaciones.
A mí también me produce sorpresa que encuentres lioso el primer párrafo y hasta "para el lector más avezado" que no conozca el argumento de La Traviata. La verdad es que escribo para quienes al menos conocen la historia básica de una de las tres óperas más populares del repertorio. Pero es que además, por más vueltas que le doy, no encuentro el párrafo nada complicado, estando como están las frases bien acotadas por los signos de puntuación.
En cualquier caso, te agradezco el esfuerzo extra de lectura en este caso y tu amable felicitación.

FRN dijo...

Sobre la famosa frase.

Vaya esto por delante: la crítica es estupenda y está muy bien escrita, con una prosa cuyo ritmo sintáctico “te va llevando”, algo que, según creo, es seña de identidad de un buen estilo, así es que escribo lo que sigue porque, en la cena, he quedado en darte mi opinión sobre el asunto.

La famosa frase se entiende perfectamente pero creo que, en ella, ese “irte llevando” no está resuelto con igual fortuna que en el resto del escrito.

Dice:
Oh, come son mutata! -exclama la postrada Violetta, tras releer la carta de Germont, usualmente mientras se mira en un espejo, aunque en la reciente pero rancia producción de Franco Zeffirelli, revisitada en Sevilla, solo al comprobar el estado de sus brazos.

Dicho de otro modo:
Oh, come son mutata! -exclama la postrada Violetta, tras releer la carta de Germont, usualmente mientras se mira en un espejo, aunque en la reciente pero rancia producción de Franco Zeffirelli, revisitada en Sevilla, solo EXCLAMA ESO al comprobar el estado de sus brazos.

O de este otro:
Oh, come son mutata! -exclama la postrada Violetta, tras releer la carta de Germont, usualmente mientras se mira en un espejo, aunque en la reciente pero rancia producción de Franco Zeffirelli, revisitada en Sevilla, solo LO HACE al comprobar el estado de sus brazos.

Para ser sintácticamente puntilloso, la supresión de lo que va en mayúsculas es lo que requeriría una coma después de “solo”:
Oh, come son mutata! -exclama la postrada Violetta, tras releer la carta de Germont, usualmente mientras se mira en un espejo, aunque en la reciente pero rancia producción de Franco Zeffirelli, revisitada en Sevilla, solo, al comprobar el estado de sus brazos.

Más puntilloso aún: no estaría mal otra coma detrás de “aunque”:
Oh, come son mutata! -exclama la postrada Violetta, tras releer la carta de Germont, usualmente mientras se mira en un espejo, aunque, en la reciente pero rancia producción de Franco Zeffirelli, revisitada en Sevilla, solo, al comprobar el estado de sus brazos.

Creo, sin embargo, que –aun con esta puntuación académicamente normativa– la frase sigue teniendo un ritmo que contrasta, como ya dije, con el ritmo irreprochable que tiene el resto del artículo.

Otra cuestión es que a mí el “usualmente” no me guste mucho, pero esa es otra historia.
En fin, insisto en lo dicho al principio sobre la excelencia de crítica y escritura.
Bueno, ya está bien que es tardísimo.

Tolo dijo...

Bueno Paco, muchas gracias por tu nocturno análisis sintáctico -desde luego por mí solicitado- de mi texto y sus (o faltas de ) comas. Te lo agradezco de verdad. Viniendo de ti, claro, me hace sentir importante,je, je... Y seguro que tienes más razón que un santo...., pero, como soy cabezota, y ya puesto a sentirme importante, esto es un poco como, salvando las enormes distancias (en mi caso claro), esto es, digo, como las correcciones de Clemencín al Quijote de Cervantes. Acertadas academicamente, vale, pero también restrictivas de una prosa o un estilo que se resiste a la regulación "puntillosa".

Respecto al ritmo, entiendo tu apreciación y no voy a discrepar (aunque podría, je, je...). Lo mismo calentaba motores antes de empezar con la velocidad de crucero.

¿Y qué te ha hecho a ti el "usualmente"? ¿O son los adverbios en general? También tienen su corazoncito.

En fin, muchas gracias de nuevo por leerme y hasta hacerme creer que merezco un análisis de texto.

FRN dijo...

De ninguna manera, estimado Tolo, tenía mi escrito intención correctora. ¿No has notado que el comentario está hecho con todas las cautelas y reservas del condicional? (“Para ser sintácticamente puntilloso”, “requeriría”, “no estaría mal”).
Mal se avendría, además, el sesgo corrector con lo dicho al principio y final del texto. No me gusta el carácter pedantesco que, por lo general, tiene un normativista a ultranza.
En los casos de Cervantes y Clemencín o de mi admirado Góngora y Cascales (o Menéndez Pelayo, aunque este sí es, para mí, digno de admiración), parece claro que el triunfo está siempre de parte del artista.
En fin, estos comentarios de ahora tampoco tienen intención de réplica, no son más que, como dijo el gran poeta catalán Joan Vinyoli, “jocs per ajornar la mort”.

Tolo dijo...

Gracias, de nuevo, Paco, por tomarte el tiempo de responder a mis ganas de "enredar" (o de atrasar la muerte también). Si ahora me alegro de la cierta petulancia de haberte replicado, es porque ha propiciado esta nueva respuesta tuya, con esa maravillosa (y sabia) idea de ese poeta catalán, que siento admitir que no conocía y que tengo ganas de investigar un poco. A ver si en mi viaje a Barcelona veo algún libro suyo, a ser posible con traducción al castellano incluida.