domingo, 15 de agosto de 2010

Elogio del descamisado




¿Quién iba a pensar que esta foto tomada a un chico ceutí en calle Larios hace cinco años pudiera convertirse en nostálgico souvenir de lo que fue y nunca más será? ¿Quién podría imaginar que ciudades mediterráneas tan proclives a los calores térmicos y corporales, con tradiciones milenarias que han celebrado la pagana alegría de vivir sin tapujos ni constricciones, iban a terminar prohibiendo (Sitges) o negando el pan y la bebida (Málaga) a aquellos que se pasearan con el torso desnudo? La medida de los restauradores malagueños, que algunos pretenden extender, más allá de los locales, a la mismísima calle, se justifica por el deseo de dignificar la feria del centro de la ciudad, donde se viene observado un deterioro en las actitudes y comportamientos de cierta parte de los asistentes. O dicho en plata, como aseguraba una entrevistada en la radio, “que hay mucha chusma”. Y no es sorprendente, quizás, que la mayoría apoye la iniciativa. Si casi nadie se detiene a analizar la complejidad de los problemas, aún menos reparan en la simpleza de los remedios propuestos.


Porque vamos a ver. Los lamentables efectos colaterales de la feria del centro (consumo desordenado y sin control de alcohol, músicas pachangueras a volúmenes que envidiarían los torturadores de Guantánamo, malos olores de orina y vómitos, una suciedad que te llega hasta el alma…) no son provocados sólo por un determinado sector de gente incívica y maleducada. La chusma de nuestra señora. Pero para qué perder el tiempo con sutilezas. Además, por lo visto, esta calaña se hace notar fácilmente por la particular costumbre de quitarse la camiseta. O sea chusma igual a descamisado y viceversa. De aquí, en el colmo de la simplificación, se concluye que la solución a la degeneración de nuestra feria es vestir al desnudo o negarle el servicio. Es como pretender remediar el problema de los funcionarios desconsiderados con el ciudadano obligándoles a llevar corbata.


Hay que decirlo claro. Sí, la feria de Málaga en el centro ha degenerado en un espectáculo deplorable. Vivo en el centro y la sufro cada año, cuando no me escapo a Barcelona. Pero las razones son complejas y las soluciones tendrían que contemplar medidas de largo y corto plazo, desde un programa serio de educación cívica en los colegios hasta una mayor vigilancia policial y castigo ejemplar de los infractores de las normativas municipales. Obligar a nuestro chico de Ceuta a tapar su hermoso torso, con tantas horas de esfuerzo y gimnasio detrás, no parece sin embargo que contribuya mucho a mejorar la imagen de nuestra feria. Más bien a lo contrario. Un físico bello, más que los farolillos de papel o desde luego la nueva portada, alegra la vista y embellece el ambiente de una feria. La celebración de la belleza física, desde las fiestas cretenses, tiene un abolengo milenario en la cultura mediterránea, que la presión judeocristiana –desconfiada del cuerpo, cárcel del alma- nunca consiguió reprimir del todo. ¿Es casualidad que San Sebastián con su hermoso torso asaetado fuera uno de los temas iconográficos más populares de la pintura religiosa?


Hoy más que nunca, con cotas de libertad impensables hace un par de generaciones, tenemos derecho a celebrar nuestro cuerpo y afirmar que su gozo no es libertinaje. Nada más bello que un hermoso torso descamisado. En la perfección física del cuerpo humano comprendió Miguel Angel la sabiduría del diseño divino. Nuestro desarrollo económico no sólo se manifiesta en la urbanización desaforada y en la destrucción del paisaje, sino afortunadamente, gracias a la mejor calidad de vida, también en un mayor atractivo físico de nuestros jóvenes, que con razón se sienten orgullosos de sus cuerpos. Querer mostrarlos en días de jolgorio callejero y calor sofocante es lo natural. Intentar cubrirlos, escudándose en dudosas nociones de civismo y “buen gusto”, resulta como mínimo pacato, si no una vuelta a esa vieja tradición de la España negra que, tapándolo, pretendía negar el cuerpo y sus gozos.


Foto: Bartolomé Mesa