domingo, 17 de julio de 2011

CANTARERO & BROS: UN FESTIVAL EN NERJA


Un fantástico recital de Mariola Cantarero y José Bros clausuró la edición 52 del Festival Cueva de Nerja, con un completo programa de arias y dúos de ópera y zarzuela, donde se combinaron piezas habituales con otras menos trilladas del repertorio típico en eventos estivales destinados al gran público. Aunque hay que resaltar desde el principio que en esta ocasión, por calidad y seriedad de interpretación, ambos cantantes me hicieron olvidar pronto que estaba en una cueva y esto era un festival veraniego. Tras una vivaz interpretación de la obertura de Guillaume Tell de Rossini, por parte de la Filarmónica de Málaga bajo la batuta de su director titular Edmon Colomer, Mariola Cantarero rompió el fuego con O luce di quest' anima, aria de entrada de Linda de Chamounix (Donizetti) , ópera que tiene previsto cantar en el Liceu el próximo diciembre, compitiendo en el otro reparto con la mismísima Diana Damrau. Aunque puede mejorar los embellicimientos y añadidos, por lo visto ya, la Cantarero no tiene que temer a las comparaciones. Exhibió una voz ágil y controlada en los agudos y filados, y al mismo tiempo de cuerpo y sustancia, con un ataque en el fraseo adecuadamente dramático. La joven soprano está madurando vocal y artísticamente. Así lo demuestra su entregada interpretación de la temible escena final del acto I de La Traviata, superior a la ofrecida en Sevilla la pasada temporada, cuando debutó con el personaje de Violetta. El Ah, fors' è lui bellamente filado y sentido y el Sempre libera valientemente atacado, con seguridad tanto en el piano como en el forte.

José Bros, cuando la voz le responde plenamente en el agudo, es para mí el mejor tenor lírico del momento, quien más placer me produce. Con timbre mucho más bello que el de Alfredo Kraus, pero con semejante elegancia en el fraseo y estilo en el ataque, es digno sucesor del maestro. Por suerte esta noche llegó en plena forma desde el primer momento, ofreciendo una maravillosa interpretación de la escena de Corrado en el acto I de Il Corsaro (Verdi). Aunque se echó de menos el coro y la repetición de la cabaletta, el recitativo lo despachó con apropiado tono heroico, la cavatina Tutto parea sorridere puede cantarse con algo más de ensoñación interior, pero Bros, ejemplo de equilibrio en todo lo que hace -complementando siempre drama y técnica- , ofrece aquí la ternura necesaria, sin olvidar el metal del guerrero, mientras que en la agitada cabaletta Si: de' corsari il fulmine llama con apropiado squillo a la destrucción del poder turco. En la manida E la solita storia del pastore de L'Arlesiana (Cilea) supo mostrar sentimiento, sin caer en el sentimentalismo, y, con fraseo inmaculado, escapar de los amaneramientos que la tradición ha acumulado en esta archipopular aria de tenor. Tras una ajustada interpretación de la Obertura de La Forza del Destino, ambos cantantes cerraron la primera parte operística aunando con efectividad sus voces en el dúo del acto I de Lucia di Lammermoor (Donizetti), que, aunque comenzado algo abruptamente (se suprimieron los intercambios en arioso tras la entrada de Edgardo), fue cantado con sensibilidad, brillantes agudos y expresividad dramática, dejándome con ganas de ver a ambos cantantes en la ópera completa.

La segunda parte del recital estuvo dedicado a la zarzuela, con el Preludio del El Tambor de Granaderos y dos excelentes dúos, uno de La Tabernera del Puerto y otro de La Dolorosa. En éste especialmente Cantarero exhibió un potente registro grave -algo notable para una cantante cuya tesitura más cómoda parece ser la lírico-ligera de agilidad-, lo cual, unido a la sustancia y proyección de su voz, seguramente anuncia para un futuro inmediato exploraciones por terrenos más dramáticos. Mientras que Bros demostró cómo el buen gusto y la técnica belcantista ennoblecen un género quizás mal llamado chico. Igual efecto consiguió en sus intervenciones solistas, con la romanza Mujer de los negros ojos de El Huésped del Sevillano y una lectura particularmente poética de Por el humo se sabe (Doña Francisquita). Cantarero, por su parte, regaló brillantes agilidades en la romanza En un país de fábula de La Tabernera del Puerto y reveló vena cómica en No sé qué siento aquí, el vals de la borrachera de Château Margaux. Con sendos encores en solitario -Me llaman la primorosa (El Barbero de Sevilla) y No puede ser (La tabernera del puerto)- y el dúo Caballero del alto plumero (Luisa Fernanda) soprano y tenor cerraron un gran recital, cuyo igual no veremos en mucho tiempo.






(Tres muestras, capturadas con mi iPhone, de un recital que es una pena que no se grabara profesionalmente para su comercialización, al menos en CD. En youTube he colgado cuatro más, fáciles de localizar a partir de los aquí insertados. Y perdón por los Bravos, Bravas y Bravis, pero no pude contenerme).

miércoles, 13 de julio de 2011

SENTO LA GIOIA: TAMERLANO EN EL LICEU


Qué noche la del pasado sábado, 9 de julio, en el Liceu. Cuatro horas de ópera seria barroca -en versión concierto encima- volaron y permanecerán en mi recuerdo como una de las veladas operísticas más memorables de mi vida. Por supuesto Tamerlano es una cumbre de la obra dramática de Handel, compuesta en 1724, el mismo año que Giulio Cesare, e inmediatamente antes que Rodelinda, obras maestras absolutas todas ellas. Pero Tamerlano además, sin duda debido a la reciente llegada a Londres y disponibilidad del famoso tenor italiano Francesco Borosini, terminó siendo una obra bastante inusual e incluso única dentro del panorama operístico de su tiempo. Para empezar, su papel de Bajazet, noble sultán turco sometido por el mongol Tamerlano, ofrece a un tenor de tesitura media y potente expresividad dramática una oportunidad de lucimiento rara en la ópera barroca y, con mayor número de arias, incluso competir -algo totalmente insólito- con el primer y secondo uomos, ambos castrados, de acuerdo con las preferencias vocales de la época, y estrellas oficiales de la representación. Además, en la escena final muere sobre las tablas -otra novedad- con dos emotivos y dramáticos ariosos, separados por recitativo, que subrayan la grandezza de su amor paternal -tema central de la ópera- y la superioridad moral de su personaje. Curiosamente también, el papel principal, encomendado al célebre Senesino (Francesco Bernardi), no es el de Tamerlano -creado por un tal Andrea Pacini-, sino el de Andrónico, general griego a las órdenes del momgol y enamorado de Asteria, hija de Bajazet, que estrenó la famosísima y veleidosa soprano Francesca Cuzzoni. El otro papel femenino, Irene, princesa de Trabisonda y prometida de Tamerlano, fue encargado a una cantante de más baja tesitura en lugar de a la otra soprano del momento, Fausta Bordoni. Seguramente Handel estaba cansado de esa rivalidad de reinas que vendía entradas a costa de infinitos dolores de cabeza. La voz de bajo, más apreciada en el barroco que la de tenor, cuenta solo con un aria en el papel de Leone, confidente de Andrónico. El repentino empeño de Tamerlano de desposar a la hija del rival derrotado desencadena una tormenta de pasiones encontradas y crea todo el conflicto dramático, en la mejor tradición de la ópera barroca.

El Liceu, aunque sin invertir en una costosa producción como el Real hace tres años, compensó reuniendo un espectacular reparto de estrellas, a excepción de Plácido Domingo todas ellas debutando en ópera en el teatro de las Ramblas. Si bien la mezzosoprano Anne Sofie von Otter, que cantó con eficiencia su coloratura, exhibió una voz algo débil y excesivamente madura para el papel de Irene. A la atractiva Sarah Fox se le escaparon algunos estridentes agudos. Pero su Asteria tuvo la determinación y presencia dramática requeridas, con bello timbre y soltura en las agilidades, uniéndose memorablemente con la voz de Max Emanuel Cencic en el maravilloso dúo Vivo in te del acto III. Cencic es un notable contratenor croata, con facilidad tanto en la coloratura como en el canto spianato elegíaco y, aparte de un grito puntual haciendo las veces de agudo, brilló en el exigente papel de Andrónico. Aunque, vista su actuación en el Teatro Real, yo hubiera preferido a Sara Mingardo. Plácido Domingo, aclamado con bravos desde la primera intervención, a sus 70 años constituye un insólito milagro vocal. Conserva el bronce de su bello timbre de tenor con tintes baritonales, exhibe inteligencia en el fraseo -aunque el recitativo barroco no sea su fuerte- y derrocha perspicacia interpretativa en el personaje dramáticamente más rico de la ópera, debatiéndose entre las severas demandas de su honor y las tiernas inclinaciones de su amor paternal. Despachó con eficiencia la coloratura de sus arias de furore y fue tremendamente emotivo en su última escena. Con todo, a ratos parecía reforzar el apoyo del diafragma con sus manos y el esfuerzo que realizaba era demasiado evidente. Sobre todo frente a la desenvuelta exhibición de canto ofrecida por Bejun Mehta, que, con fascinante presencia vocal, elevó su papel de secondo uomo -con menos arias- a protagonista absoluto de la ópera.

Las agilidades de sus temibles arias, complicadas por él aún más en los ornamentados da capos, parecían en su voz juego de niños. Mehta podría haber cantado igualmente Andrónico, con más oportunidades para exhibir el legato y canto spianato del que ofrece inmaculadas muestras en su espectacular disco de arias de Handel (Ombra Cara. Harmonia Mundi). Pero el cínico Tamerlano le permite un canto de agilidad más vistoso. De ambas facetas del belcantismo demuestra ser maestro un contratenor que ha venido a derribar mi antigua preferencia por la voz de una contralto como Stuzmann para estos papeles imposibles de castrados. Creo que Bejun Mehta me transporta, como ningún otro cantante, a lo que debió ser el placer belcantista barroco. La suya es una voz bellísima y homogénea en todos los registros, poderosa y expresiva, segura en el agudo -forte o piano- y con un sensible uso del registro de pecho, una rareza entre los contratenores. De hecho, al contrario que con Cencic -que tiene voz de menos cuerpo y proyección, propia de su cuerda-, con Mehta enseguida olvidas que escuchas a un contratenor. Este es simplemente un gran cantante, produciendo un sonido glorioso y entregado con abandono al brillante artificio del barroco, cuando la voz humana, y particularmente la del castrado, reinó suprema. Por ello resultó apropiado -y en línea con las prácticas de ese tiempo- que Mehta sustituyera el aria Bella gara che faranno, de comienzo del segundo acto, por una más festiva y pirotécnica, Sento la gioia, con obligato de trompeta, de otra ópera handeliana (Amadigi di Gaula) -algo vergonzosamente inadvertido por toda la crítica especializada de la prensa.


El hecho de que, menos Bejun Mehta y Sarah Fox, todos leyeran su papel partitura en mano deslució algo la función, menoscabando los encomiables esfuerzos de expresión dramática. Particularmente en el caso de Domingo, que incluso leyó su emotiva escena final. Era como contemplar una sesión de grabación en estudio y en ciertos momentos preferí cerrar los ojos. La reducida orquesta del Gran Teatre del Liceu sonó ágil y apropiadamente barroca en manos de William Lacey, que supo mantener equilibrados tempi y producir un sonido brillante pero a la vez acomodado a las voces, que no tapó en ningún momento. El cuarto de hora de ovaciones finales -con sendas capturas de ramos de flores al vuelo por parte de Domingo y Mehta- estuvo justificado. No sólo aplaudimos la leyenda de Domingo -razón por la que buena parte del público acudiría al teatro esa noche-, sino también una soberbia ópera, muy bien servida por un conjunto notable de voces, y particularmente la de Bejun Mehta, para mí la estrella más brillante del presente universo operístico.




(A pesar de la deficiente toma de sonido, el primer y tercer videoclips -grabados en la función reseñada por un espectador con más valor que yo- ilustran dos momentos culminantes de la representación: última aria de Tamerlano en el acto III y muerte de Bajazet al final de la ópera. En el segundo videoclip, de promoción de su disco Ombra Cara (Harmonia Mundi), Mehta canta el aria "Sento la gioia" (Amadigi di Gaula) , con la que sustituyó el aria de Tamerlano del acto II. Finalmente, durante los aplausos finales alcancé al menos a grabar las capturas de ramos de flores.)