domingo, 25 de enero de 2009

ELISIR DE JEREZ


EL NUEVO AÑO del Teatro Villamarta líricamente no podría haber empezado mejor. Volvía a casa la celebridad local, Ismael Jordi, en su mejor papel y, pese a contratiempos imprevistos en parte del reparto, la función se saldó con alta calidad y algunos momentos de pura magia belcantista. Presencié la última representación (sábado, 24 de enero), sin que mis grandes expectativas se vieran defraudadas. Para mí, como aliciente añadido, significaba el reencuentro con un antiguo amigo, Stefano de Peppo, un bajo-barítono italiano de bella voz e inteligente sentido dramático, a quien no veía desde su magnífico Leoporello en el Gran Teatro de Córdoba hace dos años. Aunque ya me había avisado por mail que durante los ensayos una hernia de hiato le estaba dando problemas y pensó en cancelar, accedió a quedarse y cantar lo mejor posible, ante los ruegos del teatro, que ya había tenido que encontrar precipitadamente una sustituta para una de las dos estrellas de la producción.
Ainhoa Arteta, que había estimulado nuestro apetito cantado bellísimamente junto a Ismael Jordi un aperitivo del Elisir en el pasado Festival de las Cuevas de Nerja, al final nos dejó con las ganas. Ocupada con la promoción de su nuevo disco crossover (La Vida) y quizás envalentonada por su notable éxito de ventas, la soprano tolosana terminó por cancelar su contrato de Jerez, con una poco creíble excusa e inesperada falta de profesionalidad. En pocos días el Villamarta tuvo que hallar una nueva Adina. Por fortuna, otra Ainhoa, ésta donostiarra y de apellido Garmendia, acudió al rescate. No sé si, como aseguraban algunos jerezanos ofendidos, "hemos salido ganando", pero la juventud de Garmendia, su entusiasmo y su no muy ancha pero brillante voz de soprano lírica hicieron justicia al papel, probablemente creando con su mayor fragilidad física y timbre muy joven una Adina más creíble de la que Arteta habría podido conseguir. Si bien empezó con una emisión algo pálida, se creció durante la representación y su escena final fue conmovedora, con perfecta expresión, dramática y vocalmente, de ese conflicto de sentimientos que perturba ahora a la joven caprichosa, finalmente enamorada de quien antes repudiaba, cuando le cree esquivo.
De Peppo, con acierto en mi opinión, prefirió no requerir en ninguna de las tres funciones la benevolencia del público ante su dolencia -aviso muchas veces recibido con escepticismo y que siempre es arma de doble filo- y superó con clase y profesionalidad las dificultades del papel, con cierta falta de soporte, pero con hermosa voz e incisivos recitativos, huyendo de las bufonadas fáciles del charlatán para crear un astuto Dulcamara, porque la picaresca no está necesariamente reñida con la dignidad.
Rodrigo Esteves compuso un aceptable Belcore, con potencia vocal, que compesó la laboriosa coloratura, y buena planta, aunque moderados recursos dramáticos.


PERO LA ESTRELLA de la noche fue Ismael Jordi. Transformado en Nemorino desde el primer momento, cuando estaba en escena resultaba difícil mirar a otro. Jordi posee una bellísima voz de tenor lírico, tirando a ligero pero con más cuerpo y peso que Flórez, aunque carezca de la facilidad del peruano en el registro agudo, con un buen arsenal de recursos belcantistas; una voz, en fin, ideal para Nemorino. Pero además exhibió un raro talento dramático para encarnar y dar vida al personaje. Tras centenares de noches de opera, en muy contadas ocasiones he presenciado en un cantante tal confluencia de completa adecuación vocal y plena identificación dramática. El Nemorino de Jordi es un joven simple, pero no tonto, ni mucho menos ridículo, preñado de un amor imposible por la chica rica del pueblo. Tímido pero decidido, porque un amor limpio y hondo como el suyo no admite rendición. Y Jordi sabe que en esa patética lucha sin esperanza reside la conmovedora verdad del personaje y el corazón de toda la ópera -una reflexión agridulce, más que cómica, sobre la fragilidad del amor y la vulnerabilidad del enamorado-. Su Nemorino -¿y cuántas veces puede decirse esto en ópera?- resultó perfecto. Quanto è bella fue despachada con gran naturalidad, como una meditación interior, sin asomo de artificio. Marcando así ya desde el principio el tono de una interpretación que constituyó un compendio de todos los recursos del belcanto, un ejemplo singular del tenor di grazia para el siglo XXI, sin amaneramientos ni fácil exhibicionismo, plenamente compenetrado con el resto de los interpretes en los dúos y concertantes. Su ruego en Adina credimi resultó particularmente emotivo por su desesperada contención, pero el momento realmente mágico vino con Una furtiva lagrima. Por unos minutos el tiempo quedó suspendido y se hizo presente el milagro del canto elegíaco. Sentado en el borde del escenario, sus piernas colgando sobre la orquesta, con una sublime mezza-voce, sin asomo de falsete, esculpió el aria como un suspiro del alma; enebriado por el amor, con perfecto fiato en diminuendos y crescendos y un sabio uso del rubato y las sfumature. Obligado a bisar el aria, ofreció una nueva versión con delicadas variaciones y personalísimos matices. El tumulto de aplausos se me antojó escaso. Porque Jordi nos recordó la increíble fuerza y belleza de una tradición de canto cada vez más olvidada, en la que el cantante parte de la partitura para crear una interpretación propia y única, donde la técnica es sierva de la emoción, que eleva y transporta al oyente, con su propia respiración suspendida. A mí, desde luego, se me aceleró el pulso.
La producción de Francisco López se mantiene efectiva sin entusiasmar, el Coro del Villamarta no deslució y la brillante dirección de Gianluca Martinenghi sacó lo mejor de la Filarmónica de Málaga. Pero ésta fue la noche de Jordi, una noche en la que el tenor jerezano demostró poseer, como el elixir, perfetta e rara qualità.

Fotos: Botellita de Tio Pepe, promoción de la producción, que amablemente me firmaron Jordi y Garmendia / Ismael Jordi como Nemorino, rodeado del coro de mujeres (Fuente: Diario de Jerez).

martes, 13 de enero de 2009

EL SILBIDO DE TCHAIKOVSKY










ACABO DE ESCUCHAR a Pyotr Ilych Tchaikovsky silbando y es difícil describir la emoción. También le he oído pronunciar unas cuantas frases más bien insulsas en una especie de reunión de amigos, que incluía a Anton Rubinstein. Considerando que el compositor murió, en oscuras circunstancias, en 1893, jamás imaginé que llegara ese día y no estaba muy preparado para la experiencia, casi una psicofonía de Milenio III. En contra de lo que generalmente se cree, los primeros experimentos de grabación con cilindros por Edison se remontan a 1888. Julius Block, un visionario entusiasmado con el nuevo invento, dedicó gran parte de su vida a grabar artistas y personalidades, principalmente en Rusia y Alemania, de 1890 a 1927. Sus más antiguas grabaciones, primitivas pero de incalculable valor histórico y en muchos casos artístico, se pensaban irremediablemente perdidas durante la Segunda Guerra Mundial, hasta que hace pocos años fueron descubiertas en San Petersburgo. Ahora, e inesperadamente, en una edición limitada de tres CDs, Marston, un sello de culto entre aficionados a las voces antiguas, acaba de editar una buena selección de las grabaciones de Block, amorosamente restauradas. Bajo el título de The Dawn of Recording, The Julius Block Cylinders, incluye grabaciones de piano, instrumentales y vocales, muchas de artistas que hasta ahora habían permanecido mudos, sólo nombres. Me ha llegado hoy en el correo y el primero que he escuchado ha sido Tchaikovsky. Bromeando en el frío enero moscovita de 1890, divagando... y, particularmente emocionante, silbando. La voz estridente, poco elegante, no la que yo esperaba del taciturno compositor de la Patética. Y de pronto es como si mi percepción del artista se hubiera alterado de manera notable. Ahora le imagino picoteando y bebiendo en tertulia, comentando con media sonrisa, tras una espantosa escala de notas de una señora, que el trino podría haber sido mejor o frotándose las manos mientras grita que Block está muy bien, pero que prefiere a Edison. Simplemete, se ha humanizado. Esas pocas frases, y sobre todo esos silbidos, me han acercado al hombre como nunca lo pudo hacer su música. Ya no escucharé nunca más El Lago de los Cisnes del mismo modo. Porque he oído silbar a Tchaikovsky.

The Dawn of Recording. The Julius Block Cylinders. Marston 53011-2. (3 CDs). Con libreto de 70 páginas.

jueves, 1 de enero de 2009

MUTIS... ES HORA


MI AMIGO RUDOLF me manda desde EEUU un recorte de Opera News donde se anuncia un recital de Montserrat Caballé junto al tenor ruso Nikolay Baskov, acompañados por el piano de Manuel Burgueras, para el 14 de febrero, día de San Valentín, en el Avery Fisher Hall, del Lincoln Center de Nueva York nada menos. Y a mano me escribe al margen del anuncio: "Tolo, tell her to stop this nonsense" (Tolo, díle que pare esta tontería). Como buen austriaco es un gran amante de la música y de la ópera y en muchas de nuestras largas conversaciones en Los Angeles le dí la tabarra con mi apreciación de la Diva, muy cercana a la devoción. No creo que nadie haya amado su voz más que yo. Quizás por eso me manda Rudolf ese ruego, como si yo pudiera encontrar la manera de que Caballé supiera decir adiós a la escena, cuando ya hace años que la abandonó el canto. En un penoso recital en Croydon, en los suburbios del Gran Londres, a finales del pasado siglo, la oí cantar por última vez en el escenario. La voz maltrecha, los agudos chirriantes, el fiato laborioso y disminuido..., apenas nada recordaba la Caballé que me hizo amar la ópera. No pude aplaudirla y sentí pena. Desde entonces me propuse, por respeto a mi memoria de su arte, no volver a escucharla en directo. La "Fille du Regiment" de Viena del 2007 fue una excepción, pero era un papel hablado, aunque ella añadiera una propina de cancioncilla tirolesa, y comprobé que seguía manteniendo su poderosa presencia, su aura de gran estrella. Pero cuando vino con el mismo tenor ruso a mi ciudad, Málaga, sólo quise ir al camerino a saludarla. Escucharla ya me duele. No entiendo cómo un auditorio tan prestigioso de Nueva York presta su escenario para un evento en el fondo tan triste. Pero más inexplicable me resulta que su familia, que Carlos, su hermano y asesor artístico, Montsita, su hija y también cantante, Bernabé, su marido y tenor retirado tempranamente, no hayan sabido acabar con este dislate, ya de años; decirle que ha llegado la hora, que ya no puede cantar, y no por respeto a un público que aparentemente sigue pagando para verla (la entrada más barata para el recital neoyorquino cuesta 45 dólares), sino por respeto a ella misma, a su canto y su memoria. La enorme dignidad de su arte, su justa reputación de una de las más grandes voces de la historia de la ópera, no deberían verse empañadas por esta especie de locura última. Con o sin joven tenor rubio, sola o con su hija. No se pueden echar los restos, cuando ya no quedan. Por fortuna siempre tendremos su vasta discografía, en estudio y en vivo, testimonio de que el milagro fue cierto. Los espectadores de ese recital del Lincoln Center deberían inmediatamente escuchar luego en sus casas la Lucrezia Borgia del Carnegie Hall cercano, 44 años antes, o la Parisina d'Este, de 9 años después, para comprender por qué a Caballé se le recordará siempre, mientras haya oídos para el canto puro, de timbre increíblemente bello, legato y filados prodigiosos, seguro en todos los registros; con una voz que se expande -como dijo un crítico francés- igual que un mar en calma, pero también capaz de encresparse con furor dramático. Su voz es ya parte de la historia. Por eso es hora de que Caballé lo reconozca. Tras más de medio siglo pisando los escenarios del mundo entero, es hora del mutis. No pasa nada, nos queda su voz grabada, su imagen filmada. La Malibrán, la Pasta o la Colbrán no tuvieron esa suerte. Es hora, Montserrat. Mutis. Es hora.

(Foto: Caballé con Baskov en un recital en Moscú)