Tras la revelación de Cantarero como Violetta en Sevilla, anoche pudimos disfrutar en el Teatro Cervantes de Málaga de otra esplendida creación de una cantante española que yo tampoco había escuchado en directo, la Carmen de Nancy Fabiola Herrera. Habiéndolo paseado por algunos de los mejores teatros de ópera del mundo (incluyendo el Covent Garden de Londres y el MET de Nueva York), la mezzo canaria prácticamente habita el personaje de la cigarrera. Al menos en una de sus facetas: la mujer seductora, tan celosa del amor del momento como de su libertad, generosa y temible, cariñosa y violenta, y fatalmente impredecible para los hombres acostumbrados a mujeres con menos albedrío. A diferencia de Teresa Berganza -mi primera Carmen, junto a José Carreras, en el Covent Garden-, esta es una hembra con su sexo a flor de piel, consciente del poder que le presta sobre el macho. Si Berganza conquistaba con chispa y promesas, sus encantos casi embozados, Herrera despliega su irresistible cuerpo con desparpajo. Dramáticamente creíble en todo momento, la voz respondió además a todas las demandas. Con espesor y oscuridad para los buceos trágicos, brillo y seguridad en los agudos, melodiosa en la zona media, con ajustadas inflexiones en los parlandos... Hasta supo tocar las castañuelas. Sin hacer olvidar a Berganza -otra clase de Carmen-, Herrera se ha ganado su puesto entre las contadas Cármenes realmente memorables. Admite que es su papel favorito y no creo que en estos momentos nadie pueda hacerle sombra.
Por desgracia, su excepcional interpretación sirvió también para resaltar la mediocridad del resto. Ainhoa Garmendia, prometedora joven soprano, tiene una buena voz que ha demostrado saber usar, pero su Micaela fue más opaca de lo acostumbrado y bastante desigual, notable en el dúo con don José en el primer acto, pero gris y mecánica en su aria del tercer acto. Albert Montserrat, sustituyendo al catapultado Jorge de León -que prefirió cantarle a la flor en el Palau de les Arts de Valencia-, cumplió con dignidad, pero ni dramática ni vocalmente se encuentra cómodo en el papel de don José. Ángel Ódena fue un Escamillo de trámite. El resto del reparto se surtió de la cantera nacional y local, no desluciendo, si exceptuamos a Francisco Heredia, que hizo doblete y, aparte de dirigir el coro -discreto vocal y escénicamente, cantando buena parte del tiempo escondido en la parte trasera del escenario-, prestó su desastrosa voz de tenor al Remendado. La orquesta, rutinariamente conducida por Lorenzo Ramos, despojó de luz y energía a la partitura de Bizet. Mientras que la producción de Francisco López para el Teatro Villamarta, subvencionada en parte por la Consejería de Cutura de la Junta de Andalucía, en el mejor de los casos resultó inane. Una solitaria bailarina, en los comienzos y finales de actos, prestó casi todo el movimiento, en un intento de estilización dramática que chocaba con la estética realista imperante. Con tres muros, una docena de sillas y tres mesas, y escasísima dirección escénica -Herrera se mueve sola-, esto parecía más bien una Carmen en versión concierto. Eso sí, el vestuario brilló por su originalidad y gran estilo -única fiesta para los ojos-, aunque gente tan elegante, más que de la Sevilla decimonónica, pareciera escapada de la pasarela Cibeles.
Por desgracia, su excepcional interpretación sirvió también para resaltar la mediocridad del resto. Ainhoa Garmendia, prometedora joven soprano, tiene una buena voz que ha demostrado saber usar, pero su Micaela fue más opaca de lo acostumbrado y bastante desigual, notable en el dúo con don José en el primer acto, pero gris y mecánica en su aria del tercer acto. Albert Montserrat, sustituyendo al catapultado Jorge de León -que prefirió cantarle a la flor en el Palau de les Arts de Valencia-, cumplió con dignidad, pero ni dramática ni vocalmente se encuentra cómodo en el papel de don José. Ángel Ódena fue un Escamillo de trámite. El resto del reparto se surtió de la cantera nacional y local, no desluciendo, si exceptuamos a Francisco Heredia, que hizo doblete y, aparte de dirigir el coro -discreto vocal y escénicamente, cantando buena parte del tiempo escondido en la parte trasera del escenario-, prestó su desastrosa voz de tenor al Remendado. La orquesta, rutinariamente conducida por Lorenzo Ramos, despojó de luz y energía a la partitura de Bizet. Mientras que la producción de Francisco López para el Teatro Villamarta, subvencionada en parte por la Consejería de Cutura de la Junta de Andalucía, en el mejor de los casos resultó inane. Una solitaria bailarina, en los comienzos y finales de actos, prestó casi todo el movimiento, en un intento de estilización dramática que chocaba con la estética realista imperante. Con tres muros, una docena de sillas y tres mesas, y escasísima dirección escénica -Herrera se mueve sola-, esto parecía más bien una Carmen en versión concierto. Eso sí, el vestuario brilló por su originalidad y gran estilo -única fiesta para los ojos-, aunque gente tan elegante, más que de la Sevilla decimonónica, pareciera escapada de la pasarela Cibeles.
foto: Nancy Fabiola Herrera como Carmen, en otra producción de 2009.