domingo, 28 de junio de 2009

GAY PRIDE, 40 AÑOS DESPUÉS

HOY SE CUMPLEN 40 años del estallido de esos disturbios de Stonewall Inn que enfrentaron a un puñado de homosexuales con la policía neoyorquina y se extendieron durante varios días como reguero de pólvora por todo el Greenwich Village, llegando a simbolizar el punto de partida del movimiento de liberación gay. Desde entonces el 28 de junio es el día del Orgullo Gay en todo el mundo civilizado. Día de reivindicación, en la mayoría de los países, o de celebración primordialmente, en aquellos pocos privilegiados -como el nuestro- donde se ha conquistado la igualdad legal. El ya legendario bar (bueno es recordarlo) era frecuentado más bien por transexuales, chaperos y jóvenes afeminados y fueron ellos ese día, hartos de persecución, de redadas y de abusos, quienes dijeron hasta aquí hemos llegado. Con tacones o sin ellos, presentaron cara -maquillada o no- a las fuerzas represivas de una sociedad homofóbica y opresiva que los pisoteaba a diario. Cuando, tras cada manifestación del Orgullo Gay, se oyen críticas de los excesos plumíferos de muchos de sus participantes transvestidos, porque nos dan una mala imagen, porque la comunidad gay no es en realidad así, olvidamos que fueron las locas y los afeminados los que tuvieron cojones para presentar batalla a una policía particularmente temible. Desde siempre habían sido ellos los que, mientras la mayoría nos manteníamos en nuestros vergonzantes armarios, recordaban a una sociedad hipócrita, de barata moral victoriana, la diferencia de su sexualidad. Soportaron durante decenios encarcelamientos, agresiones y, cuando menos, el ridículo. Pero se vestían como querían, hasta se pintaban los labios y no negaron ese amor que no osaba decir su nombre. Hoy, 28 de junio, debería ser ya mucho más que el día del Orgullo Gay. Una efeméride del Orgullo de todos, de una sociedad que por fin sabe reconocer y celebrar la riqueza de la diversidad, fuera y dentro de la cama, en la comunidad gay (donde cabe el hipermacho y el sarasa) y en la comunidad en general. No me gustan mucho las banderas, porque nos dividen y separan en tribus con sus diferentes colores. La del Orgullo Gay, por feliz intuición, reunió a todo el espectro del arco iris.